En la Ciénaga de Zapata pasa como cuando uno se hace a la mar, el tiempo se ralentiza y todas las cosas pierden su importancia relativa. El sosiego y el espíritu profundo de la calma cubana de antaño, hacen que, tanto los nostálgicos como los neófitos, se queden pasmados ante este «fósil» sociocultural viviente.

Inmersa en el municipio menos poblado y más extenso de Cuba, te arropa, con la todavía intacta prestancia a la sincera bienvenida, su gente. Esa con la que te cruzas a tramos distantes de la carretera olvidada, cicatriz inevitable de este edén, y con la que puedes intercambiar un saludo cortés, y puedes disfrutar de su natural amabilidad y puedes bajar la guardia, embriagado y sin cuidado, ante tan excelentes anfitriones.

Antaño fue trabajada por ermitaños de la vieja Europa ibérica, que tras los troncos vírgenes de los pantanos hacían carbón para sobrevivir, era eso o sacar lo que se pudiera del mar, porque los manglares a duras penas repartían, entre todos sus moradores, la miseria y la pobreza de su ciénaga, de su humedal y de su inexpugnable tierra.

Entonces la única conexión con el mundo circundante era la travesía en rudimentarias embarcaciones a través de los canales, hechos de forma rústica hasta la mar, y arribar a Batabanó, en esos tiempos, Gilberto Girón, El Inglés, y Diego Pérez se guarecieron en sus costas para avivar toda suerte de leyendas de los corsos y piratas del Caribe.

Las paradojas como siempre, se dan de la forma más inesperada, y en la otrora miserable Ciénaga de Zapata no podía ser menos, dejándonos a todos los contemporáneos con la boca y el deseo de conocerla y habitarla bien abierto. Por fin podemos admirarla con los ojos de la ecología, de la naturaleza deslumbrante, de las sociedades detenidas en el tiempo, de los lugares remotos: refugio, de valor incalculable, de la estresante vida de los que vivimos más allá del paraíso.

Con sus más de 300 mil hectáreas, el Parque Nacional Ciénaga de Zapata es el mayor humedal del Caribe insular, con particularidades para los amantes del buceo como la inmersión nocturna y el espeleobuceo. Además, con sitios incomparables como Guamá, la Laguna del Tesoro, el criadero de cocodrilos de La Boca, corredores de aves migratorias y senderos que se mantienen casi vírgenes, con el más complejo sistema de drenaje cársico de Cuba.

La Ciénaga es un verdadero paraíso. Cuna del manjuarí -pez fósil símbolo de cubanía-, donde también tienen su hábitat seguro el manatí y el colibrí, junto a cocodrilos y la cotorra cubana.

Playas de azules turquesa, bosques exóticos, piscinas naturales, fajas vírgenes, socavones inundados y sabanas brindan refugio al 30% de la fauna autóctona de la isla. En la Ciénaga viven a su antojo centenares de especies de aves, 18 de ellas endémicas, para hacer de la zona una de las más ricas para los amantes de la naturaleza.

Otro protagonista ineludible es la gastronomía local, marinera por excelencia, con la frescura de la mar a las puertas, y atrevida por supervivencia, trayendo caimanes y otros animales del mangle y el humedal hasta la mesa.

De esa particularidad dan fe cuantos pernoctan en sus casas y hostales privados, cada vez más populares como el Hostal Legendario a solo un paso de la orilla, donde fumar el mejor tabaco cubano, beber un trago hecho con cariño y conversar con Arnoldo e Ivette se convierte en un viaje a través del tiempo y del corazón.

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