El Legendario, emblemático alojamiento al más puro estilo cubano, con viabilidad al eco turismo.
Con su perenne «tabaco de bodega» entre los dedos, hablando constantemente al timón de un pequeño Peugeot blanco, Arnoldo nos llevará por el pueblo saludando a todos, describiéndonos cada sitio; veremos luego el litoral -una larga y preciosa franja con ese atractivo color de la playa en Cayo Largo o Cayo Santa María, que no esperábamos ver aquí, en «la Ciénaga»-; haremos snorkel entre confiados peces en Punta Perdiz; andaremos el monte y veremos el milagro de árboles que «caminan» buscando su cuota de sol, los tranquilos cenotes, el tronco deformado por las termitas o consumido por la epifita, senderos que me permiten retratar a la cartacuba -cientos, miles lo han hecho aquí y allá, pero esta foto es la mía, recoge mi vivencia.
Nuestra primera vez. Llegamos a Playa Larga con la curiosidad en vela por lo de mayor humedal del Caribe insular, sitio Ramsar, Reserva de la Biosfera, Parque Nacional, hábitat de especies endémicas, refugio de fauna; los vestigios y memorias de la invasión de 1961, los hornos de carbón, los cocodrilos y el criadero, la naturaleza,… Y por la tranquilidad, el aire puro, por una aventura más en un lugar seguramente diferente.
Llegamos en la noche y a las orillas de la carretera desde Pálpite vimos danzar decenas de luces. «Faroles, linternas, cazadores de cangrejos», explicó Arnoldo. Era la corrida del cangrejo que acontece entre mayo y agosto, la anual peregrinación del interior de la Ciénaga a la costa para completar el ciclo reproductivo.
Ya conocíamos las ocurrencias y el buen humor de Arnoldo, la inquietud constante que aplica en crear todo el tiempo o resolver el problema imprevisto, hallar alternativas; sabíamos también del enfoque comunitario y sostenible de Ivette, su esposa, aunque no de su cocina. Alguien nos dijo -y lo comprobaríamos muy pronto- que en El Legendario las claves son esas: el carisma de Arnoldo y la cocina de Ivette, la originalidad y la sensibilidad social y ecológica de ambos. Lo demás es el paisaje, cuanto nos guste o no estar en plena y aislada naturaleza.
Al inicio de la larga y solitaria playa en Caletón Blanco, luego de atravesar Playa Larga, el hostal es cómodo, precedido por un ranchón donde lo mismo puede tenerse la suerte de escuchar un afinado conjunto tradicional de la zona que hablar con Amorín, el historiador local, o escuchar las historias y explicaciones de Eduardo Abreu, un biólogo que es también arqueólogo y buzo, conocedor de la espeleología de la zona, explorador.
Hay un buen bar, una exposición permanente con fotos de Julio Larramendi, libros, viejos radios, un antiguo farol y una oxidada máquina de coser, sillones, una hamaca, bancos, sillas y mesas, plantas colgando, una saludable y fértil planta de frutabomba, un pequeño huerto… Corre la brisa y hay buena conversación. Turistas que están hospedados en otros hostales vienen al ranchón. En algún momento pasa Lobato, el recogedor de basura (nunca lleva de la brida a su mulo Mulato porque «le hace caso cuando habla»), quien es además carbonero y chofer de la ambulancia.
El Legendario abrió en noviembre de 2012. Ivette recuerda que al principio «llegaba más turismo interesado en la parte ecológica, en la observación de aves», pero que ha disminuido. «Es que de Playa Larga se conoce muy poco y no se hace un trabajo fino desde las agencias de viajes del país. Ha bajado el turismo y ha habido dificultades con la transportación; entraban tres viajes de Viazul y ahora solo hay una entrada», nos comenta.
En su opinión, allí no se han consolidado aún las alianzas entre las agencias y los cuentapropistas, entre los sectores privado y estatal; no hay «un entendimiento local» como el logrado, por ejemplo, en Viñales, «donde conocemos que hay un nivel de coherencia».
El negocio de la hostelería se expandió y floreció durante los últimos años en Playa Larga y Caletón Blanco. Basta mirar en TripAdvisor y leer algunas reseñas sobre el sitio y sus hostales. “Se ha incrementado muchísimo. En muchas casas están haciendo ampliaciones para tener aunque sea una habitación de renta, la gente ha tratado de avanzar, está circulando la moneda, se ha embellecido la comunidad” -dice Ivette, pero a la vez lamenta que no haya un mayor reflejo de la renta del turismo en el pueblo, en la disponibilidad de botes de basura, en la insuficiente señalización e iluminación, en el estado de las calles.
A veces -señala-, no se trata siquiera de invertir mucho «sino de aprovechar recursos locales, métodos rústicos».
El Legendario, además de las comodidades al uso (comidas y bar, climatización, agua fría y caliente, baños privados, etc.) ofrece a sus clientes servicios de información sobre patrimonio natural y cultural de la Ciénaga, visitas a sitios históricos y de naturaleza, clases de baile, caminatas guiadas… Plantan muchas de las especies que usan, han dedicado una sala de exposición a temas de naturaleza y han desarrollado un proyecto cultural con orientación comunitaria y medioambiental. «Hacemos talleres, desarrollamos capacidades y conocimientos para los oficios, manualidades, pintura para niños; recreamos las tradiciones, y participan lo mismo turistas que habitantes locales», explica Ivette, que insiste en las potencialidades de este destino, “uno de los sitios naturales mejor conservados y protegidos en el país”, con comunidades rurales donde se mantienen intactas muchas tradiciones, pero recalca que faltan alianzas y una mayor integración entre desarrollo local y turismo, que se puede hacer mucho más, que el sector cuentapropista necesita el acceso a un mercado mayorista. Su objetivo es «que cada vez vengan más de esas personas que buscan descansar, conocer de verdad nuestro país y nuestra gente. Es bueno que se vayan con un retrato más cercano a la realidad que vivimos, que compartan nuestra forma de vivir, que disfruten la estancia y a la vez aprendan de la naturaleza y la respeten. Nuestra visión es alcanzar la excelencia sin lujos, con un servicio inteligente pero sin servilismo».
De regreso, cuando el paisaje corre ante nosotros a 70 kilómetros por hora y comienza a hacerse más largo el alcance de la vista en la llanura, menos apretado el conjunto de árboles, van quedando atrás el escozor de alguna picada de mosquito y el ardor en la piel de aquel día de costa y snorkel. Se nos hace consciente un cansancio que comenzamos a sentir más pesado, queremos llegar cuanto antes a casa, a lo nuestro, y a la vez nos vienen unas ganas enormes de volver, de estar otra vez donde acabamos de estar.
No ganas de rebobinar y revivir lo vivido, sino de volver físicamente y vivir más, caminar más allá del cenote Cuba-Checoslovaquia, adentrarnos más en el sistema de cuevas, llegar más lejos con el snorkel, regresar a la tranquila comunidad de Los Horcones, escuchar más conversaciones enteradas en el caney de Arnoldo e Ivette… Otra vez dejar correr el tiempo mientras seguimos la labor constante de las termitas, el lento y efectivo trabajo del agua en la roca, la paciente voracidad de las epifitas en torno a un tronco de mala fortuna, ese performance antiguo y constante que es la naturaleza en la Ciénaga de Zapata.
Bibliografía
Cubacontemporanea.com. (Por Hernán Martín – Fotografía Claudia Camps)
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